jueves, 26 de enero de 2012

Viaje en la noche.

El amor es el sentimiento más poderoso que existe.
Esto es lo que siempre he pensado y ahora con más fuerza que nunca. Dejadme que os cuente mi historia.

Mi nombre es Alex, tengo veinticinco años y comparto mi vida con la mujer para mí, perfecta. La conocí en una fiesta que un amigo celebraba en su casa. A mis veinte años yo era el típico joven alocado, que iba de fiesta en fiesta. Ella, a sus diecinueve años era la chica más hermosa y dulce que jamás había visto, tenía una larga melena rubia, sus ojos,  rasgados y verdes. Sus facciones angelicales me enamoraron nada más verla.

Esa noche cuando al cruzarnos nuestras miradas se encontraron, yo diría que se buscaron, supe que era el momento. Retrocedí sobre mis pasos y fui hacia ella.

—Perdona, espera por favor… — Le grité.

Se giró sonriendo, como si supiera y esperara lo que iba a pasar. Les hizo unas señas a sus amigas para que se adelantaran sin ella. Mi corazón parecía galopar a medida que me acercaba a su lado.

—Hola, me llamo Alex, creo que no nos habían presentado.

—Hola, yo me llamo Daniela, encantada.

Nos dimos la mano y se acercó a mí para saludarme con un beso, fue entonces cuando al contacto con su piel sentí una sensación realmente especial, fueron unos segundos pero sentí que jamás nos volveríamos a separar.

Y así fue. Comencemos una vida en común. Todo sucedió muy rápido, nuestro amor era intenso y ardíamos de pasión. Éramos muy jóvenes pero estábamos tan seguros de nuestro amor que no podíamos esperar más para compartir los días y las noches, deseábamos que los segundos fueran horas.
Para mí la vida carece de sentido si no estoy junto a ella.

Después de todos estos años sigo pensando que es la mujer de mi vida, que siempre lo fue.
Hace una semana fue su cumpleaños y celebramos sus veinticuatro años por todo lo alto. Cena, baile, amor mucho amor, como dos adolescentes, somos novios eternos. Al llegar a casa estábamos agotados así que ella cayó rendida y se durmió al instante. Yo suelo quedarme contemplándola mientras duerme, hasta que el sueño me vence. Ella es la última imagen que deseo ver al acabar el día y la primera al despertar. Nunca hubiera imaginado lo que me esperaba aquella noche.

Cuando empezaba  adormecerme note una sensación rara, era como un extraño hormigueo que recorría mi cuerpo, estaba consciente pero no podía mover ni  un solo músculo. Cerré los ojos un segundo y al abrirlos estaba sumido en una profunda oscuridad, no había nada a mi alrededor, solo un inquietante silencio roto por mi respiración agitada.  Mi cuerpo comenzó a elevarse en posición horizontal. Me asuste, no notaba el peso de mi cuerpo, estaba suspendido en el aire. Algo me impedía hablar, gritar, pedir ayuda. El miedo y la angustia se apoderaban de mí. Note como si una fuerza tirara de mi pecho. Mi mirada permanecía fija en un punto de luz donde se abrió un profundo túnel que  se fue  convirtiendo  en una espiral azul a la que me dirigía a gran velocidad. Todo a mí alrededor giraba, apreté mis ojos fuertemente pensando que despertaría así de aquella pesadilla. Aunque en el fondo sabía que aquello era real.

No puedo recordar nada más, no sé el tiempo que duro toda aquella agonía. Supongo que perdí el conocimiento. Lo último que recuerdo era que pensaba en Daniela, temía por ella.

Al despertar me encontré en mitad de una carretera desierta, rodeada de enormes montañas. Debían de ser sobre  las tres de la tarde, el sol caía calentado el asfalto. Estaba agotado y desorientado, miraba a mí alrededor preguntándome una y otra vez ¿Dónde estaba? ¿Que estaba ocurriendo? ¿Estaba soñando? Aquello tenía que ser una pesadilla ¿Dónde estaba Daniela?....

Caminé por el borde de la carretera esperando encontrar a alguien. Tenía la sensación de que por mucho que avanzaba no me movía de aquel lugar. Parecía estar dando vueltas sobre un mismo eje, el paisaje se repetía y mi desesperación crecía.
Abstraído en mis pensamientos, abatido, levante la vista y observe un automóvil aparecer entre las curvas. Venía a gran velocidad, demasiada, parecía fuera de control. Ante mis ojos atónitos el coche impacto con violencia sobre la muralla de piedras que bordeaban la carretera, dio varias vueltas de campana hasta frenar el impacto de nuevo contra las rocas.

Corrí, corrí lo más rápido que pude, olvide todo y solo pensaba en llegar hasta el coche con el temor de lo que podía encontrarme. El accidente había sido tan violento que creía casi imposible que los pasajeros hubieran sobrevivido. Veía un reguero de combustible salir del automóvil, el depósito se había roto, convirtiéndolo en una bomba de relojería que podía explotar en cualquier momento al contacto con la menor chispa. Las altas temperaturas y el calentamiento del asfalto favorecían la tragedia.

A medida que me acercaba empecé a oír un llanto desgarrador. Había un bebe en el interior, mi corazón se aceleró. Llegué al amasijo de hierros en el que se había convertido el automóvil y allí estaba, en la parte trasera había una niña que apenas tendría un año. Su cabello rubio estaba ensangrentado y lloraba sin cesar. El conductor era un hombre de unos treinta años, estaba inmóvil doblado sobre sí, inconsciente. Los laterales del automóvil estaban destrozados, arrugados como una hoja de papel. Estiré de lo que antes era una puerta con todas mis fuerzas  mientras  trataba de calmar a la pequeña.

—No llores princesa, todo irá bien. No tengas miedo, te sacaré de ahí.

No dejaba de hablarle mientras intentaba abrirme un hueco por donde poderla liberar. Cada vez que dirigía mi mirada hacia ella me inquietaba más, veía la sangre brotando de su pequeño cuerpecito, pero no podía ver el alcance de sus heridas.

De repente uno de los cables produjo una chispa y la parte delantera empezó a arder. Cada vez la pequeña estaba más asustada, su mirada me desgarraba el corazón. Tenía que sacarla de allí como fuera. La tensión que sentía era insostenible. Sentía que si algo le sucedía yo moriría con ella, moriría en vida, lentamente.

Con una fuerza inhumana movido por la desesperación, el pánico y el amor que aquella pequeña me  trasmitía logré arrancar uno de los hierros que me impedían abrir la puerta y acercarme a ella. Su llanto ceso y se convirtió en una tímida sonrisa entre sollozos entrecortados. Sus lágrimas resbalaban por su preciosa carita y alzaba sus bracitos hacia mí. La liberé del cinturón de seguridad y vi que la sangre procedía de un costado. Uno de los hierros le había producido  un profundo corte en la cintura. Tenía algún corte más en las piernas por la rotura de los vidrios, pero eran leves.

La abracé con fuerza, un escalofrió me recorrió el cuerpo y después sentí una enorme felicidad. Aquella mirada, sabía que jamás la olvidaría. Tenía que darme prisa, la aleje de allí lo suficiente para que si explotaba ella no sufriera ningún daño. Rasgué un trozo de mi camiseta y se lo puse alrededor de la cintura taponando la herida, quería evitar que perdiera más sangre. La senté en el suelo, no podía perder más tiempo el automóvil estaba en llamas.

—Ahora vuelvo princesa, voy a traer contigo a papá.

Regresé a toda prisa, comprobé que el hombre no estaba atrapado. Lo cogí por el tronco y tire de él con fuerza sacándolo del vehículo y arrastrándolo como pude al lado de la pequeña, quien al verlo se abrazo a él y lo llamaba con su dulce vocecita.  La voz de un ángel.

—Papá, papá — repetía una y otra vez.

El hombre recobró entonces el conocimiento. Aturdido, entre quejidos de dolor abrazo  a la pequeña con lágrimas en los ojos.
Allí contemplando aquella preciosa imagen con la satisfacción de haberlos salvado vi acercarse un vehículo hacia nosotros. Estábamos salvados, pensé.

Entonces de nuevo noté aquel hormigueo. El sol quedó oculto por una espesa nube grisácea, el cielo se oscureció y nuevamente  aquella espiral que a medida que cogía velocidad me elevaba y me arrastraba hacia ella como una marioneta. Lo último que vi fueron aquellos preciosos ojitos mirándome. Esta vez por alguna extraña razón no sentí miedo sino todo lo contrario, tranquilidad.

Cuando desperté estaba en mi habitación, en mi cama, al lado de mi amada Daniela. No  sabía el tiempo que había transcurrido, para mí había sido una eternidad. Pero allí todo seguía igual, como si nada hubiera ocurrido, incluso el reloj marcaba la misma hora.

Sentí la enorme necesidad de abrazarla, besarla y decirle lo mucho que la amaba y la necesitaba. Estaba agotado física y mentalmente, necesitaba sentirme arropado en sus brazos. Ella despertó por un instante me miró con aquellos preciosos ojos verdes, me beso y me abrazo. Volvió a dormirse mientras yo la seguía mirando, no podía conciliar el sueño.

Los primeros rayos de sol anunciaban que empezaba un nuevo día, pero yo permanecía anclado en los acontecimientos de la noche. Daniela solo mirarme noto que algo me sucedía.  Me era imposible disimular ante ella, me conocía demasiado bien.

—Buenos días mi amor, te noto extraño ¿Estás bien?

No podía pensar en otra cosa que en lo que había sucedido la noche anterior. Tenía que saber si aquello había sido producto de mi imaginación, quizás me estaba volviendo loco. Decidí eludir responsabilidades y quedarme en casa para indagar. De todas formas no hubiera sido capaz de mover un solo dedo en el trabajo.

—Solo estoy algo mareado Daniela, no he descansado bien esta noche.

—No te preocupes, pasaré por la oficina y le diré  lo que te  pasa. Descansa Alex.

Cuando Daniela se marchó me puse rápidamente a intentar aclarar mi mente. Empecé buscando información sobre los significados de los sueños, luego sobre fenómenos extracorporales. Contra más leía más nervioso estaba. Lo que exponían en aquellos textos se podía asociar a lo yo había vivido, pero no entendía que relación podía existir entre aquella pequeña, su padre y yo.

Busqué incluso si se habían producido accidentes de tráfico en circunstancias parecidas, pero no halle nada. Decidí que tenía que olvidarlo, convencerme de que solo fue un sueño.

De nuevo la noche, no podía evitar pensar si me volvería a ocurrir, con cierto temor me acosté. Procedí a mi ritual sagrado, dormirme contemplando a mi Musa. Mientras la acariciaba pase mi mano por su cintura y de repente tuve un fuerte presentimiento. Ella tenía una cicatriz en la cintura por la que nunca le había preguntado. Era una absurda casualidad pero después de todo el día haciendo cábalas tenía que preguntarle. Así que con delicadeza le pregunté.

— ¿Cómo te hiciste esa cicatriz Daniela?

—Yo no lo recuerdo Alex, era muy pequeña. Mi padre me contó que cuando tenía un año de edad viajábamos los dos en coche. Habíamos pasado el día fuera visitando a unos familiares y de camino a casa mi padre sufrió un desmayo y por lo visto chocamos contra las rocas. El impacto fue brutal, el coche quedó destrozado, se incendio y estuvimos a punto de morir. Un matrimonio nos contó que nos encontró en el suelo abrazados lejos del vehiculó. Nos explicaron que desde lejos vieron a un hombre junto a nosotros, él fue quien nos salvó la vida. Cuando el matrimonio llego hasta nosotros el hombre había desaparecido misteriosamente, nunca supimos nada de él. Mi padre intento averiguar quién era, deseaba tanto agradecerle que nos salvara la vida aquel día, pero no  logró encontrarlo jamás. La cicatriz fue del corte que me produjo uno de los hierros.
El destino quiso que ese día esa persona pasase por allí en el momento del accidente y a él le debemos que hoy tú y yo estemos aquí juntos.

Escuché su historia como un niño pequeño, sin pestañear, no podía articular palabra. Las imágenes vividas esa noche golpeaban en mi mente.
Había viajado al pasado, veintidós años atrás, justo en el momento del accidente, aquella pequeña era Daniela y yo la había salvado…Aquello me superaba.

Más que nunca trataba de buscar explicaciones a la experiencia que había vivido. Pero no las hallaba, no en este mundo, estaba fuera de toda lógica.
Ella y yo estábamos destinados a estar juntos o tal vez fuera que la fuerza de mi amor era más poderosa que su propio destino, al que yo había burlado.

— ¿Estás bien Alex, te ocurre algo? Estas pálido.

—No, no pasa nada princesa. Lo que ocurre es que te amo y te amaré más allá de esta vida.

La casualidad no existe…




7 comentarios:

  1. Impresionante relato, guapa, como todos los tuyos. La historia de Alex y Daniela y ese viaje en el tiempo me ha encandilado. Deberías dedicarte a escribir a tiempo completo.

    Un beso!!!

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    1. Hola Sara. Muchas gracias por tu generoso comentario. Me alegra mucho que te guste.
      Un abrazo guapísima.

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  2. Me gusto mucho tu relato, no dejes de ofrecernos más. Saludos

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    1. Muchas gracias compañero por tu visita y comentario.

      Un saludo y bien finde.

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  3. ¡Qué buen relato Verónica! En verdad, no puede un@ dejar de leerlo. Me ha gustado mucho. Sin duda, "El amor es el sentimiento más poderoso que existe"...
    Un abrazo
    Laura Marco (@MissComentarios)

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    1. ¡Muchas gracias Laura! Gracias por leerme, por tus palabras y por lo dulce que eres conmigo siempre.

      Un fuerte abrazo y feliz fin de semana amiga.

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  4. No hay de qué darme las gracias guapa. Tú lo mereces.
    ¡Felicidades!

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