La
Guerra Civil había acabado. La vida de
Ricardo continuaba, ahora las sirenas ya
no sonaban a todas horas y ya no tenía que correr a esconderse. No de las
sirenas: pronto descubriría a su nuevo enemigo.
Ricardo tenía
un nuevo hermanito, Rafael, un bebé de mejillas sonrosadas, inquieto y
tragón. La comida escaseaba en casa, y por mucho esfuerzo que sus padres hacían
no era suficiente. Así que Ricardo alternaba el colegio con un nuevo juego.
Cada día al volver a casa empezaba la
tarea. Cogía granos de trigo y los molía, luego los cernía para separar la
harina del salvado. Repartía la harina en sacos de 15 o 20 kg dejándolos
preparados para que su madre hiciera el estraperlo. Al anochecer, su madre los llevaba a un horno
que había en el pueblo, donde la dueña, la señora Luisa, a cambio de unos
cuantos kilos de harina se los devolvía convertidos en pan. Antes de que
amaneciera su madre volvía a recogerlos. Luego en casa lo cambiaba a los
vecinos por arroz, aceite, leche, huevos… Cualquier alimento era bueno para dar
a sus hijos. También lo vendía para volver a comprar trigo y repetir la cadena.
Una de
esas noches su madre salió con los sacos hacia el horno. El camino era largo y
difícil. Al peligro de ser detenida por los guardias se añadía el de las
personas que movidas por el hambre eran capaz de cualquier cosa. Cuando atravesaba una zona de arboleda vio
una pareja de la Guardia Civil y rápidamente se echó al suelo escondiéndose
entre unos matorrales. Fue arrastrándose en silencio, las piedras del camino
hicieron magulladuras en sus piernas, pero aún así continuaba avanzando. No
podía permitir que la descubrieran y le requisaran los sacos de harina que tanto trabajo le
habían costado a su pequeño y mucho menos que la detuvieran.
De repente uno de los guardias la vio y corrió
hacia ella. La mujer, con las piernas y el cuerpo dolorido, se levantó y comenzó a correr con los sacos
en su espalda— ¡Alto a la guardia civil!—le gritó uno de ellos. Ella corría sin
mirar atrás. Sacaron el arma — ¡Alto, deténgase o disparo!— No hubo más
avisos, dispararon contra ella. La bala
pasó rozando el brazo, le produjo una herida y se vio obligada a soltar uno de
los sacos. Llegó hasta uno de los refugios, corrió a través del laberinto de
pasadizos y allí pudo despistarlos. Después, a pesar de su estado y del miedo
que había pasado, continuó su camino y entregó la harina. Volvió a casa dando un gran rodeo para evitar
encontrárselos de nuevo.
En casa
esperaba Ricardo cuidando de sus dos hermanos, extrañado y nervioso por la
tardanza de su madre. Su padre trabajaba hasta muy tarde, enlazando un trabajo con otro y llegaba a
casa de madrugada. Cuando Ricardo vio a su madre aparecer por la puerta
llorando se dio cuenta de que estaba sangrando;
sintió un dolor que le oprimía el pecho, y sin poder articular palabra
solo acertó a exclamar: -¡Madre! No hacía falta más, su mirada lo decía todo.
—No pasa nada Ricardo, tranquilo me pondré bien—le susurró al oído mientras lo
abrazaba con fuerza.
El
pequeño Ricardo no podía evitar las lágrimas. Lo intentaba, tragaba saliva una
y otra vez intentando deshacer el nudo que sentía en su garganta. Pero era
inútil. Por una vez desobedeció algo que su padre le había dicho siempre: — Los
hombres valientes y fuertes no lloran jamás.
Después
de acostar a sus hermanos pequeños, Ricardo ayudó a su madre a curar las
heridas, mientras esta le explicaba lo sucedido. —No le digas a tu padre que me
han disparado, la herida es leve y no se dará cuenta. No quiero que se enfrente
a ellos, lo matarían— le rogó su madre con lágrimas en los ojos. —Esta bien
madre, no diré nada, pero no volverás hacerlo más. Yo ya soy mayor, tengo nueve
años madre, puedo cargar los sacos y a mí no me verán entre los matorrales. —
¡No Ricardo es muy peligroso!—exclamó su madre. —Más lo es para ti. Si tú
faltas, si te detienen o te pasa algo… ¿qué será de mis hermanos? Padre no
puede ocuparse de ellos. Yo iré, soy rápido y fuerte… ya lo verás, madre.
Déjame demostrártelo —dijo Ricardo sonriendo y mostrando a su madre la fuerza
de su pequeño brazo.
A pesar
de que ella sabía lo peligroso que era también sabía que su hijo tenía razón.
Un niño pasaría más desapercibido que un adulto ante los ojos de los guardias.
Así que antes del amanecer Ricardo se levantó y sin miedo a nada, como si de un
juego se tratara, se vistió, se calzó sus viejas botas y después de besar a su
madre partió hacia horno en busca de los sacos de pan.
Todo el
pueblo estaba solitario, solo quedaban algunas personas que como él intentaban
sobrevivir a tanta miseria. Llegó a su destino sin problemas y contento, muy
contento. Se sentía orgulloso de ayudar en casa, le hacía sentirse grande, tan
grande como lo era su corazón.
La cara de sorpresa de la dueña del horno al
abrir la puerta y verlo hizo sonreír a Ricardo. Le dijo: —Hola, señora Luisa,
vengo a buscar los sacos que trajo mi madre anoche. — ¿Cómo piensas
llevártelos si son más grandes y pesados
que tú?—dijo la señora mientras lo miraba de arriba abajo. No podía creer que un niño tan menudo pudiera
con esa carga. —Mire, señora Luisa… soy fuerte, muy fuerte, me paso horas con
mis dos hermanos en brazos y el pequeño Rafael pesa mucho, es un glotón... Si
puedo con ellos puedo con esos sacos. Además, no dejaré que mi madre corra
ningún peligro nunca más—. Dicho esto se
cargó los sacos a su pequeña pero fuerte espalda y corrió tanto como el peso le
permitía.
Con cuidado pasó el tramo donde siempre
acostumbraba a estar la pareja de guardias. Ricardo llegó a casa cansado pero
orgulloso de su hazaña. — ¡Ya estoy aquí, padre! ¿Te ha contado madre donde he
ido?— Sí pequeño, eres todo un hombre— exclamó su padre mientras lo levantaba
en el aire sonriéndole y llenándolo de
besos. Las muestras de afecto de sus padres eran para él la mejor recompensa a su
trabajo. A la mañana siguiente, el colegio le esperaba. Desayunó y se marchó
más contento que nunca.
Los
años fueron pasando y Ricardo cada día iba tomando más forma de hombre. Su
cuerpo crecía como tal; las responsabilidades ya las asumió desde niño. Sus
padres lograron con esfuerzo y sacrificio comprar ganado. Siempre
emprendedores, con fuerza y voluntad iban sacando a su familia adelante.
Llegó
el momento en que Ricardo acabó sus estudios obligatorios. Uno de sus maestros
ofreció a sus padres ayudarles económicamente para que pudiera seguir con los
estudios fuera del pueblo. Vio en él a un niño inteligente capaz de acabar con
éxito una carrera. Pero sus padres no podían permitirse quedarse sin su hijo
mayor, lo necesitaban para que les
ayudara con el ganado. Aquí empezó una nueva etapa en la vida de Ricardo.
Acabó su juego de niños. La adolescencia le
esperaba para seguir trabajando duro, de sol a sol. Mientras, sus sueños se
quedaban entre las verdes montañas y el cielo azul de un pequeño pueblo.
Verónica
Grau.
Fotografía: Manel Subirats. http://instagram.com/msubirats |
Mis agradecimientos a, Manel Subirats, por permitirme utilizar sus magníficas fotografías para acompañar mis textos. A Víctor Sáez de Torregrosa, por sus recomendaciones para mejorar mis relatos y a Gonzalo Torné por su incondicional apoyo y su amistad.
¡Hola Verónica guapa! Es la 1a. vez que leo un relato tuyo -una historia / narración- y te felicito ¡me ha encantado! (y emocionado)...
ResponderEliminarEspero que sigas con este `género´, además de tu poesía :)
Sin duda, tienes un gran talento y sensibilidad como escritora ¡y es un gusto leerte!
Te envío mis mejores deseos para ti y l@s tuyos "envueltos" en un cariñoso abrazo.
Hola, Laura. El gusto es mio, que me leas y además si te gusta ya es lo más... Mil gracias. Voy escribiendo de diferentes géneros o al menos lo intento, aunque las historias largas se me dan peor. Un abrazo enorme con todo mi cariño para ti y tu familia.
EliminarHauries de plantejarte seriosament escriure a nivell profesional, ho fas molt be! Arribes al cor i a l'ànima... No has probat d'enviar un d'aquests relats a un editor? Fes-ho! Enhorabona!
ResponderEliminarHola, Monste. Em afalaguen els teus comentaris. No crec estar a aquest nivell, em falta molta tècnica. De moment queda en una afició, encara que espero algun dia poder editar un llibre amb tots els micros i poesies. Fins ara tinc editat un llibre d'artista amb un amic pintor, del qual estic molt orgullosa, tot un somni. Moltes gràcies per llegir-me. Salutacions.
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