No recuerdo cuando empezó, en qué momento aquellas manos que me acariciaban se convirtieron en puños de acero. Los brazos que antes me abrazaban eran ahora mi cárcel; y las dulces palabras de amor, desprecios y gritos.
Cada golpe que tú me dabas, desfiguraba nuestros rostros; en el tuyo surgía la bestia.
Aquella noche no fue una de tantas. Mientras descargabas sobre mi quebrantado cuerpo lo que tú llamabas amor, no sé si por el destino, mis súplicas o el alcohol, caíste golpeándote certeramente.
Con tu muerte, creí quedar libre para siempre. No sabía entonces que algunas secuelas son para toda la vida. Como otra cadena perpetua.
Jan Saudek |
Adoro el final...Supongo que la vida es así: el fuego es de temer, pero las cenizas son peores...incluso pueden reavivar el fuego...Desgraciadamente, el amor se confunde a menudo con la violencia amarga. Personalmente creo que la clave está en el máximo apoyo posible a las víctimas de esta violencia, aunque a veces se produce, incluso, el sindrome de Estocolmo. Triste, pero, tenemos un camino que recorrer ;) Y muchos corazones que conquistar, aunque con tu prosa, estamos muy bien encaminados. Un beso compañeraa!!
ResponderEliminarPor cierto, soy DannyFlynn!
He estado curioseando y la verdad es que todos tus textos son maravillosos, pero este tal vez es el que más me llega por duro, porque la vida no debería ser así y estas secuelas no desaparecen, es como bien dices una cadena perpetua, porque mientras haya vida ese dolor sera incurable. Un besote, preciosa.
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