domingo, 24 de julio de 2011

Cadena perpetua

No recuerdo cuando empezó, en qué momento aquellas manos que me acariciaban se convirtieron en puños de acero. Los brazos que antes me abrazaban eran ahora mi cárcel; y las dulces palabras de amor, desprecios y gritos.

Cada golpe que tú me dabas, desfiguraba nuestros rostros; en el tuyo surgía la bestia.

Aquella noche no fue una de tantas. Mientras descargabas  sobre mi quebrantado cuerpo lo que tú llamabas amor, no sé si por el destino, mis súplicas o el alcohol, caíste golpeándote certeramente.

Con tu muerte, creí quedar libre para siempre. No sabía entonces que algunas secuelas son para toda la vida. Como otra cadena perpetua.


Jan Saudek


2 comentarios:

  1. Adoro el final...Supongo que la vida es así: el fuego es de temer, pero las cenizas son peores...incluso pueden reavivar el fuego...Desgraciadamente, el amor se confunde a menudo con la violencia amarga. Personalmente creo que la clave está en el máximo apoyo posible a las víctimas de esta violencia, aunque a veces se produce, incluso, el sindrome de Estocolmo. Triste, pero, tenemos un camino que recorrer ;) Y muchos corazones que conquistar, aunque con tu prosa, estamos muy bien encaminados. Un beso compañeraa!!
    Por cierto, soy DannyFlynn!

    ResponderEliminar
  2. He estado curioseando y la verdad es que todos tus textos son maravillosos, pero este tal vez es el que más me llega por duro, porque la vida no debería ser así y estas secuelas no desaparecen, es como bien dices una cadena perpetua, porque mientras haya vida ese dolor sera incurable. Un besote, preciosa.

    ResponderEliminar